Hace poco un fotógrafo compartió una imagen aérea preciosa de su pueblo en redes sociales hecha con su dron, esperaba comentarios sobre la luz, la composición, la belleza del lugar… pero en lugar de eso, lo que recibió fue una lluvia de respuestas tipo:
“¡No puedes volar ahí!”
“¡Odio los drones!”
“¡Esa zona está restringida, irresponsable!” (etc.)
Y no es un caso aislado. Cada vez es más común ver cómo el simple hecho de que una imagen esté tomada con dron provoca rechazo. No importa si la fotografía es espectacular, si ha sido capturada de forma legal y segura, o si el autor es un piloto profesional. Para muchos, el dron ya es sospechoso solo por existir.
Entonces… ¿por qué?
Drones = Vigilancia. Aunque no sea cierto
Uno de los primeros reflejos de desconfianza viene de la idea de que un dron “puede estar grabándome sin que lo sepa”.
Vivimos en un mundo donde todo el mundo lleva un móvil con cámara en el bolsillo, y eso no causa el mismo rechazo. Sin embargo, ver un dron en el cielo activa una alarma interior, como si estuviéramos siendo espiados.
Esa percepción no se basa tanto en hechos como en una mezcla de prejuicios, películas de espías, titulares alarmistas y desconocimiento sobre cómo funcionan realmente los drones y lo que se puede (y no se puede) hacer con ellos.
Las normas: complejas, cambiantes… y desconocidas
Hay otro factor: la normativa aérea y de privacidad en España es real, pero también muy desconocida para el ciudadano medio.
Eso lleva a que muchas personas crean que saben dónde se puede volar y dónde no, aunque no hayan leído nunca un NOTAM ni una resolución de AESA.
¿Resultado? Se lanzan críticas incluso cuando el vuelo ha sido legal, planificado y registrado.
Y lo peor es que muchas de esas críticas nacen no de la mala fe, sino del desconocimiento.
El miedo, amplificado por la prensa
Los drones suelen aparecer en prensa cuando hay un accidente, una infracción o un uso militar.
Eso genera una narrativa en la que el dron siempre es un peligro: se estrella, graba sin permiso, vuela donde no debe… pero pocas veces se habla de lo contrario:
– Drones que ayudan en incendios forestales.
– Drones que inspeccionan tejados sin poner en riesgo a nadie.
– Drones que graban documentales increíbles o salvan vidas.
Si solo se muestra un lado de la historia, es normal que mucha gente acabe teniendo una visión distorsionada.
La minoría que lo hace mal, perjudica al resto
Por desgracia, hay usuarios que vuelan sin formación, sin licencia o sin respetar las zonas restringidas y eso daña la imagen de todos los que sí cumplen las normas, tienen titulaciones oficiales, solicitan permisos y respetan a las personas y al entorno.
Es como si por cada conductor que se salta un semáforo, dijéramos que hay que prohibir todos los coches.
La necesidad de cambiar la conversación
Lo que falta muchas veces no es regulación (que la hay), sino educación y comunicación.
Hay que explicar más y mejor:
- Qué se puede hacer legalmente con un dron.
- Qué tipos de drones existen y para qué sirven.
- Qué papel tienen en la industria, la seguridad, el arte, la agricultura…
- Qué implicaciones reales tienen respecto a la privacidad y cómo se protege.
Y sobre todo, hace falta hablar con respeto y sentido común. Un comentario agresivo y gratuito hacia una persona que simplemente comparte una foto aérea no aporta nada, las críticas a la fotografía son siempre positivas y nos ayudan a todos a mejorar y ver cosas que igual no vimos al hacer la foto o el video.
Conclusión
Los drones no son enemigos ni amenazas: son herramientas. Como cualquier tecnología, pueden usarse bien o mal.
La clave está en quién los maneja y con qué intención.
Y si en lugar de odiar por defecto, preguntamos, aprendemos y nos informamos, podremos ver lo que realmente son: una nueva forma de mirar el mundo desde otra perspectiva.
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